miércoles, 1 de septiembre de 2010

OPERACIÓN MASACRE: producto de una matriz inmemorial

En este texto Rodolfo Walsh se siente conminado por un compromiso solidario. Deja a un lado su tranquilidad de periodista escritor de novelas policiales y se interna en la ignominiosa maraña de los fusilamientos de José León Suárez acaecidos el 9 de junio de 1956.
Su punto de partida es: “Hay un fusilado que vive”. De allí en adelante va desentrañando la verdad hasta llegar a la afirmación final: es evidente que el gobierno de la Revolución Libertadora aplicó, retroactivamente, a hombres detenidos el 9/6/1956 una Ley Marcial promulgada el 10/6/1956 y eso no es fusilamiento. Es un asesinato.(También se sabe que después de promulgada la Ley no fue difundida para sorprender a algún insurrecto tardío).
Esta aseveración, puesta en una perspectiva futura, preanuncia los asesinatos de la década de los 70 –antes y durante la Dictadura- otra Operación Masacre de mucha mayor magnitud y con condimentos espeluznantes (robos de bebés, violaciones, robo de propiedades y bienes, etc.).
Aquella Operación Masacre quedó impune. Ésta está siendo castigada treinta y tres años después, en algunos casos post-mortem, en otros con atenuantes escandalosos como la prisión domiciliaria.
La Historia Nacional está plagada de estos hechos que tienen en Juan Manuel de Rosas su ejecutor proverbial. Pero también están las matanzas de aborígenes en las distintas campañas barredoras de indios o las de principios del siglo XX con los fusilamientos de obreros en la Patagonia.
Antes aún, con la llegada de los conquistadores, se sucedieron innumerables matanzas de aborígenes para poder apropiarse de la tierra y de sus riquezas. Podríamos seguir enumerando regiones y matanzas, no ya en América sino en cualquier parte del mundo y en incontables épocas históricas. Pueblos contra pueblos, hemisferio contra hemisferio, naciones contra naciones, religiones contra religiones, estilo de vida contra estilo de vida, clases sociales contra clases sociales, pandillas contra pandillas, cosmovisión contra cosmovisión, hombres contra hombres en definitiva.
La historia de la Humanidad está bañada de sangre inocente y estos crímenes, la más de las veces han quedado impunes.
En este punto, el texto de Rodolfo Walsh alcanza la categoría de proeza porque un sólo hombre se planta y reclama justicia por otros a quienes no conoce. Sus principios no le permiten pasar esos “fusilamientos/asesinatos” por alto y se juega; se planta y se perfila ya, como víctima de la siguiente gran matanza – igual que el resto de los sobrevivientes de los fusilamientos, por otra parte.
Podríamos trazar un paralelo con la investigación de Osvaldo Bayer respecto de las matanzas de obreros en la Patagonia. Ésta también fue una proeza que pagó con la proscripción y el exilio. Afortunadamente, pudo contarla y saborear la victoria del regreso con gloria, del reconocimiento del pueblo patagónico y de las comunidades aborígenes de esa región.
Rodolfo Walsh no tuvo esta suerte.La pregunta sería:
¿qué nos pasa frente al otro, al distinto, al diferente que lo reducimos a la categoría de escollo y simplemente lo removemos?
¿qué nos pasa que nos convertimos en viles Caínes en cuanto nos vemos frente al otro?
Es como si sobre la tierra sólo hubiera lugar para los “unos” y no para los “otros”.
Algunas sociedades supuestamente civilizadas, avanzadas, desarrolladas, del “primer” mundo, funcionan democráticamente pero muestran siempre la hilacha. Hecha la ley, hecha la trampa. Con eufemismos logran soslayar los principios básicos de igualdad ante la ley, de equidad y de justicia para castigar siempre al “otro”. La opción pareciera ser: elegir ser “ cola de león” o “cabeza de ratón”.
Aquél que elige ser cola de león se traga sapos, pero sobrevive. El que opta por ser cabeza de ratón, pone en peligro su vida. El pez grande se come al chico. Toda esta sabiduría popular y estas verdades de Perogrullo patentizan esta matriz que moldea la conducta humana desde tiempos inmemoriales. ¿Y por qué Sudamérica iba a salvarse de estos patrones de conducta? Antes de la llegada de los conquistadores también había matanzas entre las distintas etnias aborígenes, pueblos que buscaban la supremacía sobre otros.
Es entonces el hombre el lobo del hombre, citando a Hobbes, porque no ha podido desarrollar sus funciones superiores: las espirituales. La carne y el intelecto por sí solos producen egoísmo y el ego expulsa al “alter”, al otro. Donde hay egoísmo, el altruismo no tiene espacio. A partir de este concepto miope se desbarranca todo lo demás. Hasta casi podríamos decir que la Operación Masacre la perpetra media Humanidad contra la otra y que las leyes, la civilización, los organismos nacionales e internacionales, los tres poderes democráticos logran apenas frenar la voracidad de los unos contra los otros.
Aquí el papel de los medios es insoslayable. Mientras se fusila a hombres inocentes en José León Suárez, la radio transmite música clásica y nadie dice nada. Había que sintonizar radio Colonia para enterarse de las movidas políticas en la Argentina.
Recordemos la cobertura recortada del atentado a las Torres Gemelas o los relatos unívocos de las guerras en Afganistán e Irak, la muerte de los periodistas independientes que tan sólo querían hacer su trabajo con honestidad profesional, objetivamente.
Todo aquel que osa levantar su voz contra el poder es eliminado y, en el caso que nos ocupa, la Operación Masacre de junio de 1956, el poder ni siquiera constata si esos hombres son enemigos. Ante la sospecha o la duda la respuesta es el asesinato.
Perón cometió el gravísimo pecado de darles entidad a los otros -a los pobres, los trabajadores- y los unos –los ricos, los desde siempre dueños del poder- hasta prohibieron que se pronunciara su nombre.
Ante la sospecha de una conspiración para lograr su vuelta en junio de 1956, había que aplastarlos, sin preguntar demasiado para no perder tiempo, por las dudas y R. Walsh tuvo la valentía, la osadía de levantar su voz y señalar la injusticia, el crimen. Los enrostró con su propia indignidad. Los monstruos no quieren verse sus rasgos en el espejo. Prefieren inventarse dioses, símbolos, estandartes, excusas y falsas utopías de orden, organización, respeto, jerarquías, banderas, medallas y jinetas para tapar sus únicos móviles: el poder y la riqueza malhabidos.
En esta estratificación “el otro” es apenas una cucaracha, asquea y hay que matarla. R. Walsh, aún sabiendo esto, no quiso ser cómplice y habló en defensa de la dignidad de los unos y de los otros. Esta actitud lo eleva por encima de la media humana.

Norma María Francomano

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