
Mario Candia acude al médico a causa de su insoportable dolor en la columna y el Dr Solá –con quien Mario rivaliza porque ve en él el hombre, padre y marido que Laura y su familia quisieran que él fuera- le diagnostica una hernia de disco lumbar que debe operarse lo antes posible. Mario, temeroso de la operación, recurre a un acupunturista –mitad chino y mitad italiano- el Dr Falzone. Éste murmura la palabra “sanpaku” al mirarle los ojos. Mario le pide que le explique qué significa ese término. El Dr Falzone le explica que son varias almas que anidan en un solo cuerpo generando una energía negativa, que antagoniza con el dueño del cuerpo hasta llevarlo a su propia destrucción.
Mario, que no está cómodo consigo mismo, comienza a investigar acerca del tema tratando de descubrir en su conducta, los impulsos y efectos de esta desgracia. Le viene como anillo al dedo para justificar su sensación de fracaso.
Su esposa, Laura, su madre, y sus suegros, son figuras que le resultan amenazantes.
Las rechaza. Íntimamente las desprecia los considera “binarios” y prefiere reunirse con el grupo de desahuciados porque, entre ellos, se siente el más cuerdo. Estando con ellos, el que exige y espera algo de los otros es él.
Este dejarse llevar por actitudes adolescentes, como por ejemplo el confuso episodio con Carla, termina en la tragedia de una muerte anunciada y deseada. Mario se culpabiliza por ambos hechos, la supuesta traición al amigo y el asesinato que atribuye a su condición de “sanpaku”. La muerte de Tolomeo es el umbral que les señala la peligrosidad del camino que están transitando. Es un punto y aparte.
Al regresar a casa, después de una noche de oscuridad total, Mario encuentra a su esposa Laura y a su hija preparando todo para acompañarlo hasta el sanatorio. Es el día de la operación. Mario las sigue como un autómata y lo operan. Todo sale bien aunque
Mario cree que ha quedado paralítico. Recibe muchas visitas. Se alegra con la visita de su madre y, al ver a sus amigos seguir con sus vidas con naturalidad y considerable optimismo, se tranquiliza. Ya no lo necesitan para que ponga la nota de sensatez y cordura en sus vidas. Ahora está solo consigo mismo, con su secreto de saberse un “sanpaku”. Deberá convivir con él y seguir viviendo. Ya nadie depende de él, sólo él depende de sí mismo. Mario se siente aliviado y asume la ardua tarea que le espera.
Podemos decir que esta es la radiografía de un perdedor por elección que logra ver un destello al final del túnel. Es una novela iniciática cuyo periplo exterior es mínimo y cuyo protagonista apenas cruza el umbral del periplo interior que, inexorablemente, deberá recorrer sometiendo a la “kundalini” de Falzone, la serpenteante energía que abraza la columna vertebral y que alimenta a las almas hospedadas en ese cuerpo de “sanpaku” que nuestro antihéroe cree tener.
Coincido con el comentario de contratapa de Juan Martini respecto de la perdurabilidad de este texto en la memoria del lector porque nos empuja a hacer nuestro propio viaje interior para domesticar esa jauría que es la condición de “sanpaku” que tenemos todos los seres humanos, queramos asumirlo o no. Hay en este texto de Walter Iannelli una interesante imbricación de mundos ya reales, ya fantaseados, ficcionales, exteriores, interiores, que le dan una textura rica y espesa que gana en profundidad.
Norma María Francomano
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