miércoles, 1 de septiembre de 2010

ACERCA DE RESPIRACIÓN ARTIFICIAL DE RICARDO PIGLIA: UNA NACIÓN EN TERAPIA INTENSIVA

Ricardo Piglia nos zambulle en la Historia Nacional desde su novela, de la mano de su “alter ego” Emilio Renzi. Pasamos de una generación a otra a través de distintos personajes, de sus historias, de sus vidas privadas y urgamos en sus secretos que no sólo nunca se develan sino que adivinamos que esas historias son siempre parecidas y sostienen desde atrás la mentirosa o intencionalmente incompleta Historia Nacional.
¿Y qué hay en estas pequeñas ficciones ubicadas detrás de esa urdimbre llamada Historia Nacional? Una cadena de atropellos, traiciones, mentiras, secretos, conspiraciones, crímenes.
Arocena es el “gran hermano” que controla y censura, que arma la verdad escondida para desarticularla y así impedir que se tuerza el camino de la Historia Nacional. Es el ojo que todo lo escruta y el obstaculizador de cualquier camino que no sea aquél que traza el poder desde las sombras.
La mujer, ubicada en las esferas de la clase dominante, resulta descartable, absolutamente irrelevante, da pena y vergüenza ajena. La Coca pertenece a las clases bajas. Ella sí es una mujer vital, una verdadera hembra, igual que la negra Lissette Gazel o Ángela, la discípula de Marcelo. Las tres desempeñan roles activos, cada una en lo suyo. Ninguna es una aristócrata como Esperancita.
Piglia no escribe una historia lineal sino que urde ex profeso una trama, una maraña de datos que confunden y complican la comprensión del texto. Su novela está hecha de una no-historia, sus personajes no saben qué buscan. Su narración no conduce a nada aparentemente. Por esta vía negativa nos indica que tenemos que barajar y dar de nuevo. Nos dice que por ahí no es. Que lo hecho sirve de poco. Que está todo por deshacerse y volver a empezar.
La Nación es un enigma que agoniza, que vive artificialmente. Tendrá que morir en su diseño tradicional para ser redireccionada, reprogramada. Es un rompecabezas cuyas piezas no encajan. No nació de un sueño, de una utopía sino de un robo mayúsculo, de un genocidio. Hay en su génesis una ilegalidad que no nos sirve como punto de partida. La sustenta una básica confusión entre el bien y el mal.
El Senador espera su muerte, “la debe”, según sus propias palabras, para cortar esa cadena de “riqueza y muerte”, para llegar a la “ousía”, el ser. ¿De quién? Consciente de su futilidad, de su inutilidad, sólo “será” después de muerto, él y su descendencia y, por extensión, la Nación.
El Senador no puede dormir, está en deuda. Su herencia es futuro, lengua muerta y lenguas vivas que perdurarán en un círculo de herencia y muerte. No hay nada entre el origen y el fin, tan sólo planicie, tierra, pampa. Esa herencia comienza con Enrique Ossorio –héroe según el senador- cuando trae el oro de California en el año 1849. Recuerda el héroe que, justamente allí, le cortaron las manos a uno por avaricia.
Otra tierra explotada produce el oro para comprar esta tierra y permanecer dando a luz una progenie parásita e inconmovible hasta el presente. Mientras, la Nación crece en las banquinas pidiéndoles permiso.
Se conduele ahora el senador con don Juan Cruz Baigorria (pág. 63), se solidariza y le envía ayuda monetaria a través de su mayordomo, Juan Nepomuceno Quiroga. Le pide que resista, que sabe lo que sufren los paisanos de esta tierra. Más adelante afirma (pág.65) :”Jamás he de perder la esperanza de poder pensar más allá de mí mismo y de mi origen”.
En la parte III, Enrique Ossorio ve el futuro y sabe que la historia volverá a repetirse. Le escribe a Juan Bautista Alberdi y le anticipa que lo hace porque es un hombre de principios, que no transige y, a esa clase de hombres, les esperan dos caminos: el exilio o la muerte.
Esto, visto en perspectiva, es un acierto porque sólo sobreviven los traidores y los indiferentes.
Marcelo Maggi no quiere que los documentos y capítulos redactados se pierdan porque considera que allí está la clave de lo que nos sucede como pueblo, sociedad, Nación y de lo que nos sucederá como República. Quiere ponerlos a resguardo y asegurarse de que alguien reciba ese legado y lo salve. Investiga esta historia que empalma con la Historia Nacional. Espera una revelación.
En este punto los lectores sentimos que toda esta urdimbre es un guiño y una invitación de R. Piglia. Aquí hay cosas turbias, secretos, marañas de acontecimientos acallados por desentrañar, pareciera decirnos. Es necesario poner a resguardo todo eso para que la erosión del tiempo y la de los barredores de datos (y plantadores de huellas falsas) como Arocena, no sigan borrando e inventando nuestra Historia. Nos invita a descubrir la verdadera historia cuyo curso fue desviado por particulares, para su beneficio y hoy, desorientados, en terapia intensiva, como pueblo, somos conminados desde la literatura, desde la ficción, a desandar un camino inconducente.
Necesitamos el oxígeno de la verdad para normalizar nuestra respiración y autodeterminarnos. Este es tal vez ese secreto que Piglia nos invita a develar.

Norma María Francomano

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