sábado, 28 de mayo de 2016

Presentación libro Avatares (cuentos y relatos)



Testimonio

El subte se detuvo en Loria. Irma descendió del coche atestado de gente y emergió hacia la superficie instantes después, aún leyendo el entintado testimonio en su memoria. Entró al hall calefaccionado, decorado con acuarelas y plantas de interior de la prepaga donde trabajaba. Ensayó, con oficio, su dolorosa cara de nada y ocultó sus pensamientos en el primer cajón de la derecha, bajo llave.
     Quince minutos atrás, cuando estaba sentada en el vagón delsubte,al levantar la vista de la página que intentaba leer con poco éxito en medio de los ruidos de las gastadas ruedas y del amontonamiento, lo descubrió. Frente a ella, un joven de unos treinta años, tatuado. Tenía la cara impresa por completo, al igual que las manos. Irma imaginó que debajo de la ropa de abrigo, seguramente, había más. Se preguntaba hasta qué extremos llegaría esa furia expresiva. Los lóbulos de las orejas exhibían dos grandes arandelas que los abrían como ventanas. Irma, de hecho, podía ver el desfile de los carteles y las luces a través de ellos. La nariz ostentaba tres perforaciones pasantes de las que pendían tres aros y del hemisferio derecho de la cabeza totalmente rasurada del joven, sobresalía un bulto redondo, parecido a un quiste maligno. Días después le informarían que fabricaban esa audacia quirúrgica insertando unas bolitas de acero bajo la piel.
     Irma se sobrepuso e intentó fingir un aire de naturalidad. Trataba de clasificar en su fichero mental esa rareza. Volvió la mirada al resto de los pasajeros. Se balanceaban con el movimiento del subte, acompañando el sinuoso recorrido de las vías. Pensaba en su empleo, en la oficina de medicina prepaga cuyo prestigio no se correspondía con los sueldos y mucho menos con las prestaciones que rayaban en la estafa a los afiliados cautivos. Pero, ¿a dónde iría con cincuenta años? ¿Quién le daría empleo? Debía seguir hasta reunir los aportes que le permitieran jubilarse. Resignada, miró nuevamente la cara de diseño exclusivo, sumergida en su propio monólogo, que no cobraba entrada para expresarse. Iba del jeroglífico a la expresión mustia de los otros pasajeros; y así siguió intentando descifrar el derecho y el revés de una misma trama: los rostros lavados, con aire distraído, en silencio. El tatuado gritando con insolencia su testimonio mientras comía un alfajorcito de maicena.

Norma M. Francomano 
(de Avatares, páginas 91 y 92. Abril 2016)