jueves, 25 de octubre de 2012

un artefacto de "Justificación de la nostalgia"


DESTIERRO
Me pregunto y te pregunto cuándo fue que optaste por la huida. En qué momento fue que dejaste de habitar estos confines  reduciéndote.  Tu  escape  dejó  un  agujero  negro  en  nuestra historia. No sé si podré disculpar tu cobardía, tu inconsistencia, tu precaria resistencia frente a la adversidad. Lamento que hayas sentado este oscuro precedente, este baldón en tu progenie. 
Resuenan en mis oídos tus conjuros, tus visiones, tus encantamientos. ¡Qué larga ausencia! Nos diste la espalda y preferiste mascullar, balbucear en otro tiempo, en otro espacio. Camino las cornisas  a  expensas  de  tu  recuerdo.  Inmolo  proyectos  y  amordazo  el  futuro  cada  vez  que  tu  nombre  me  surca  los  párpados y navega mis lágrimas. Reniego de mi estirpe, me atemoriza la constante amenaza de tu terrible decisión de partir, de dejarnos a la mala de Dios, sin la bendición de tu palabra. Maldigo tu ausencia y tu vocación solitaria; mártir onanista que visita mi soledad invitándome a beber de una misma copa los extraños presagios que ignoraban fronteras: “Québec, Québec, uno, dos, tres”. No lo podías creer. Tus imaginerías resultaban más patentes que mi figura adolescente reclamando. Y la muerte casi te priva del destierro voluntario. No, no puedo perdonarte. Tu claudicación me salpica y temo se repita la historia cuando el gatillo dispare algún dolor insoportable. Vengo zigzagueando al destino, esquivándolo, esquivándote, esquizándome, es quizá, esquizo, erizo, aglutinándome: “Palermo, tres, dos, uno… llamando… pip… pip”.

miércoles, 24 de octubre de 2012

Un capítulo de la saga "Pies de Lana II y III"


XX


    Pandora y Pies de Lana experimentaron el vértigo que se siente cuando se estrena la libertad. Felices y temerosos a la vez fueron a los amarraderos. Despidieron la flota de veleros tomados de la mano. Los vieron levar anclas. Las velas y foques henchidos de sueños enfilaban hacia el canal. Corrieron por la playa hasta que doblaron el recodo y se perdieron detrás de la fronda del bosque. Se miraron y sin soltarse las manos caminaron hacia la casa heredada del viejo profesor fallecido. Pies de Lana repetía como una letanía: “todos los caminos conducen a Roma” y Pandora lo miraba y se reía. Al llegar a su nueva casa anotó la frase en un trozo de papel y la guardó en su caja.
    Pandora trajo sus pertenencias y las acomodó con arte. Su gusto femenino le dio calidez a los ambientes en los que destacaban estantes repletos de libros de su propiedad, algunos de Pies de Lana, regalos de su madre Estela y del viejo profesor cuyo recuerdo iluminaba la casa.