jueves, 23 de septiembre de 2010

POEMAS TRADUCIDOS AL CATALÁN POR PERE BESSÓ

POEMES DE NORMA MARÍA FRANCOMANO EN VERSIÓ AL CATALÀ DE PERE BESSÓ


EL REPLÀ

estava parada al saplà
atalaiant l’horitzó
a sota: bé o malament, allò recorregut
a dalt: expectant, allò ignorat
ací i ara: la convicció
de la meua fragilitat
l’acceptació
de la por meua de cada dia
i allí, damunt del traç prim de l’horitzó
un punt tènue, l’esperança
fustigada pel recel
(la meua supèrbia tractant d’escrutar déu)
___________________________

EL RELLANO

estaba parada en el descanso
oteando el horizonte
abajo: mal o bien, lo recorrido
arriba: expectante, lo ignorado
aquí y ahora: la convicción
de mi fragilidad
la aceptación
del miedo mío de cada día
y allí, sobre el delgado trazo del horizonte
un punto tenue, la esperanza
hostigada por el recelo
(mi soberbia tratando de escrutarlo a dios)
________________________________

a l’ànima
ningú no arriba
només la mort
l’abasta
la bressola
la pren
per un instant
i l’amolla


al alma
nadie llega
sólo la muerte
la abarca
la acuna
la sujeta
por un instante
y la suelta
___________________________________

plou tant
que la pluja
és una casa viva
que acaricia la nit
mirant d’amansir-la


llueve tanto
que la lluvia
es una casa viva
que acaricia la noche
tratando de aplacarla
___________________________________________

CARPE DIEM

ja no puc plorar ni lamentar
engul en la meua urgència
els nus molestos
d’històries complexes
per a no perdre el pas
i em sorprén
què bé que ho faig


CARPE DIEM

ya no puedo llorar ni lamentar
trago en mi urgencia
los nudos molestos
de historias complejas
para no perder el paso
y me sorprende
lo bien que lo hago
_____________________________________________________



una aventura
cada vegada que faig un bot
del llit al pis
i trontollosa
tracte d’ordenar-me les idees
de reconéixer-me viva
(malgrat les morts esmentades
i sengles resurreccions)
el dia va teixent-se inexorablement
i em convertesc en heroïna
de cada instant en què destrie
el meu destí per l’olfacte
que és allò que tinc de més confiança.


una aventura
cada vez que doy un salto
de la cama al piso
y tambaleante
trato de ordenar mis ideas
de reconocerme viva
(a pesar de las mentadas muertes
y sendas resurrecciones)
el día se va tejiendo inexorablemente
y me convierto en heroína
de cada instante en el que elijo
mi destino por el olfato
que es lo más confiable que tengo.

domingo, 12 de septiembre de 2010

Reseña de nouvelle "Basavilbaso" de Laura Germano

Reseña de la nouvelle “Estación Basavilbaso” de Laura Germano:

Al comenzar a leer esta nouvelle, el lector ingresa en un universo mínimo, de laboratorio. Descubre lo grande en lo pequeño, lo universal en lo privado, la totalidad de una historia en el tenue trazo de las percepciones.
La escritora urde su delicada trama como una filigrana. Su material es elusivo, casi impalpable, incomprobable y contundente a la vez. Este aspecto, por sí solo, nos habla de su talento poco común y nos remite a Catherine Mansfield, a quien -como al pasar- homenajea en el texto, reconociéndola en su genealogía literaria. Laura Germano le hace honor a su mentora. Nos zambulle en ese territorio tan delicado y pequeño como
la tela tejida por una avezada araña.
Viajamos de su mano por las cartas que recibe de Joaquín y que responde la protagonista. Vamos ingresando en esa atmósfera hecha de deseo, de soledad, de esperanza, de ilusión y de palabras. Es un juego de deducciones y de adivinanzas nacido de la casualidad, como brote desesperado de dos almas sedientas. Tanto Joaquín como la protagonista se suben a este viaje interior y se desplazan hasta la estación Basavilbaso para concretar el encuentro, para transformar en gestos corporales la seducción de la palabra que los tiene felizmente maniatados desde el anonimato.
Para la protagonista ese viaje desde El Palomar, provincia de Buenos Aires, hasta Basavilbaso, provincia de Entre Ríos, es una vuelta al terruño, al paraíso perdido de la infancia y la adolescencia. Es un regreso al origen y a los afectos primeros. Es confrontarse con lo que fue, con lo que deseaba ser y con lo que definitivamente es. Es un viaje para responderse la pregunta ¿quién soy? Y poner en blanco y negro lo aprendido, lo escuchado en las divergentes modalidades de pensamiento que confluyen en su persona a través de las genealogías de sus padres, tan distintos. Ella opta por la libertad encarnada en la familia paterna y añora la presencia de ese padre que siempre estuvo llegando y partiendo. La dejaba en manos de la familia materna, prejuiciosa y autoritaria. Estos dos patrones conviven en ella y condicionan sus decisiones, su forma de asir la vida y el amor.
Cuando el ansiado encuentro se concreta. El amor literario, de ficción se contrapone con el amor real, de carne y hueso. Aquí, las palabras pierden su poder y la carnadura no logra estar a su altura. Ambos sobrellevan la decepción con tacto y subsanan el vacío nuevamente con palabras que serán el epílogo verbalizado de todo lo escrito. Esta vez el que se queda en la estación Basavilbaso para verla partir es el hombre, es Joaquín.
La protagonista regresa con un puñado de encuentros fortuitos que atesorará y continuará vía mail. Será Enrique García, el flaco, quien le confirmará quién fue ella en su adolescencia, cuando los modelos que proponía el existencialismo se hicieron carne en muchos jóvenes que veían en Simone de Beauvoir y en Jean Paul Sartre los paradigmas del amor en los sesenta.
Ella vuelve a su soledad después de descubrir que ese otro cielo era un breve cielo de papel que la torpeza de la voluntad de ambos –como un chorro de manguera- había empapado.
En esta sutil nouvelle, Laura Germano nos señala la diferencia entre ficción y realidad, en la confusión en la que estamos inmersos dentro de nuestras sensaciones, elucubraciones, indicios. Cuánto duele cotejar con el “otro” nuestros mundos y qué difícil resulta poder proyectar de a dos cuando se está frente a frente, cada uno con su historia a cuestas. De tanto en tanto reconforta dejarse enamorar por el bálsamo seductor de las palabras y esta trampa –una vez desactivada- nos conduce, irremediablemente, a la aceptación y al crecimiento.
Norma María Francomano

miércoles, 1 de septiembre de 2010

ACERCA DEL MARTÍN FIERRO DE JOSÉ HERNÁNDEZ:

El gaucho Martín Fierro va boyando por la vida. Se siente perseguido por la “autoridá” y por el “salvaje”. No tiene un claro rumbo geográfico pero quiere preservarse, vivir, a pesar de todo. Su rumbo es la supervivencia. No lo cuestiona a Dios, sólo le implora.
Fierro reitera el tema de la persecución, del peligro, de la amenaza, de la desgracia. Su primer enemigo es la pobreza concreta.
En el viaje de vuelta Fierro tiene como meta la búsqueda de los hijos que lo atan más a la sociedad ya que es, indudablemente, un descastado.
La primera parte del Martín Fierro fue escrita en 1872. La segunda parte en 1879. Hay cambios políticos y sociales entre ambas escrituras que seguramente condicionaron a José Hernández en el tratamiento de ciertos temas como, por ejemplo, el ámbito de los indios que, en la ida son refugio y salvación y, en la vuelta son infierno insoportable para Fierro, Cruz y la cautiva.
El viaje de vuelta de las tolderías es arduo, difícil, lleno de impedimentos y peligros. Como una carrera de obstáculos. La meta es aún más incierta.
A pesar de esto Fierro se sigue aferrando a la vida como un supuesto que no está en discusión.
Luego del reencuentro con sus hijos y el hallazgo del hijo de Cruz, juntos deciden el viaje final del texto. Se lanzan a la búsqueda de sus correspondientes destinos accionando ese recurso inexpugnable de autodefensa y preservación propio de nuestros gauchos.
Cuando Fierro vuelve al pueblo, relata su viaje en forma pormenorizada. Se detiene en cada hecho y lo narra haciendo hincapié en la desgracia, en el dolor pero, invocando a Dios y cantándole a la vida. En el Canto I nos dice “mas siempre sirven las sombras/para distinguir la luz”.
Su deseo de vivir queda claro en los siguientes versos: “Me he decidido a venir/a ver si puedo vivir/y me dejan trabajar”.
En el Canto II relata lo que deja: mujer, hijos y pago. Con Cruz se quedan con los primeros salvajes que encuentran. Estos les perdonan la vida y quedan cautivos.
Fierro entonces relata la forma de vida y costumbres de los indios: “Parece un baile de fieras/sigún yo me lo imagino”.
En el Canto III vuelve al tema de la supervivencia y expresa el deseo de la vuelta:

“De ese modo nos hallamos
empeñaos en la partida
no hay que darla por perdida
por dura que sea la suerte
ni que pensar en la muerte
si no en soportar la vida”.

Habla del mal y de ser hombre para aguantar lo que venga. La fe nunca lo abandona:


“Mas quien manda los pesares
manda también el consuelo”.

Relata más adelante las penurias y el maltrato. Los indios los separan a Fierro y a Cruz. Recién después de dos años les permiten vivir juntos. Los retienen para cambiarlos por rehenes. Fierro habla del hambre y del hombre.
En el Canto IV, Fierro se detiene en la desconfianza y costumbres del indio. Nos dice que es fiero para la guerra y no conoce la compasión. Nunca se ríe. Las indias son las que trabajan. Entre ellos sobresalen la crueldad, la suciedad y la ausencia de Dios.
En el Canto V, Fierro narra la vuelta del malón. Nos dice que se reparten el botín con igualdad y sin malicia. Hace una referencia a la campaña de Roca:
“pero si yo no me engaño
concluyó ese bandalage
y esos bárbaros salvages
no podrán hacer más daño”


Menciona el maltrato a la mujer:

“sólo los cobardes son
valientes con sus mujeres”


Luego ensalza a la mujer:

“Yo alabo al Eterno Padre
no porque las hizo bellas
sino porque a todas ellas
les dio corazón de madre”


Señala la insensibilidad del indio:

“porque el indio no se ablanda
ni siquiera en el amor”.


Luego frena este relato pormenorizado y relata la muerte de una china (mujer) dentro del cerco de lanzas. Continúa enumerando las costumbres y crueldades de los indios, aún para con ellos mismos. Ya en el canto VI relata la epidemia de viruela que los diezma y mata a Cruz. Dedica el Canto VII a llorar, enterrar y rezar por su amigo muerto. Luego relata el asesinato de una china, cristiana a manos de un indio pampa. En el Canto VIII explica que la mató porque la culparon de la muerte de una mujer india tan sólo con su presencia. Esta sospecha justificó su asesinato ya que la acusaron de bruja. En el Canto IX relata cómo un indio mata al hijo de una cautiva e intenta matarla a ella. Ambos se trenzan en una pelea fiera. La mujer lo ayuda a salvar la vida y Martín Fierro luego lo mata al indio. Ayuda a la mujer a juntar los pedazos de su hijo muerto y los dos agradecen a Dios por estar vivos.
En el Canto X se explaya acerca de cómo el indio educa al caballo, le ofrece su caballo a la cautiva y él monta el del indio pampa muerto. Los dos entierran al indio para que sus compañeros tarden en encontrarlo. Huyen por el desierto hacia las tierras pobladas por los blancos. Ella se queda en una estancia y él sigue:


Concluyo esta relación,
ya no puedo continuar.
Permítanme descansar:
están mis hijos presentes,
y yo ansioso porque cuenten
lo que tengan que contar.


En el Canto XI hay un cambio de estrofa, toma la forma romance. Está en una pulpería y mientras un muchacho se prepara para tocar la guitarra y cantas, él cuenta que en las estancias trató de averiguar cómo estaban las cosas. Supo que mucho no habían cambiado pero, en su caso, un amigo le contó que el juez que lo perseguía ya había muerto y que nadie se acordaba ya de la muerte del moreno. También relata cómo encontró a sus hijos en una carrera muy grande organizada por unos estancieros. Menciona que muchos conocían su historia y al dar su nombre se le acercaron los muchachos que resultaron ser sus hijos y lo estaban buscando. Uno de sus hijos ya está listo para cantar. Martín Fierro manifiesta que les tiene mucha fe, no porque sean sus hijos sino porque han sufrido mucho y esto los ha templado.
En el Canto XII comienza a cantar el hijo mayor de Fierro y cuenta la vida de padecimientos que tuvo que vivir, sin casa, ni madre, ni padre:

Pido a todos que no olviden
lo que les voy a decir:
en la escuela del sufrir
he tomado mis lecciones,
y hecho muchas reflecciones
dende que empecé a vivir

Aquí nuevamente tenemos la división estrófica en sextinas octosilábicas. El hijo mayor cuenta cómo cuando trabajaba en una estancialo culparon de la muerte de un boyero y terminó preso injustamente. A continuación relata pormenorizadamente el sufrimiento de la vida en la cárcel. La considera peor que el delito más aberrante y agrega que el hombre recuerda allí toda su vida anterior y se hace perfeccionista de tanto rumiar su pasado.

Norma María Francomano

OPERACIÓN MASACRE: producto de una matriz inmemorial

En este texto Rodolfo Walsh se siente conminado por un compromiso solidario. Deja a un lado su tranquilidad de periodista escritor de novelas policiales y se interna en la ignominiosa maraña de los fusilamientos de José León Suárez acaecidos el 9 de junio de 1956.
Su punto de partida es: “Hay un fusilado que vive”. De allí en adelante va desentrañando la verdad hasta llegar a la afirmación final: es evidente que el gobierno de la Revolución Libertadora aplicó, retroactivamente, a hombres detenidos el 9/6/1956 una Ley Marcial promulgada el 10/6/1956 y eso no es fusilamiento. Es un asesinato.(También se sabe que después de promulgada la Ley no fue difundida para sorprender a algún insurrecto tardío).
Esta aseveración, puesta en una perspectiva futura, preanuncia los asesinatos de la década de los 70 –antes y durante la Dictadura- otra Operación Masacre de mucha mayor magnitud y con condimentos espeluznantes (robos de bebés, violaciones, robo de propiedades y bienes, etc.).
Aquella Operación Masacre quedó impune. Ésta está siendo castigada treinta y tres años después, en algunos casos post-mortem, en otros con atenuantes escandalosos como la prisión domiciliaria.
La Historia Nacional está plagada de estos hechos que tienen en Juan Manuel de Rosas su ejecutor proverbial. Pero también están las matanzas de aborígenes en las distintas campañas barredoras de indios o las de principios del siglo XX con los fusilamientos de obreros en la Patagonia.
Antes aún, con la llegada de los conquistadores, se sucedieron innumerables matanzas de aborígenes para poder apropiarse de la tierra y de sus riquezas. Podríamos seguir enumerando regiones y matanzas, no ya en América sino en cualquier parte del mundo y en incontables épocas históricas. Pueblos contra pueblos, hemisferio contra hemisferio, naciones contra naciones, religiones contra religiones, estilo de vida contra estilo de vida, clases sociales contra clases sociales, pandillas contra pandillas, cosmovisión contra cosmovisión, hombres contra hombres en definitiva.
La historia de la Humanidad está bañada de sangre inocente y estos crímenes, la más de las veces han quedado impunes.
En este punto, el texto de Rodolfo Walsh alcanza la categoría de proeza porque un sólo hombre se planta y reclama justicia por otros a quienes no conoce. Sus principios no le permiten pasar esos “fusilamientos/asesinatos” por alto y se juega; se planta y se perfila ya, como víctima de la siguiente gran matanza – igual que el resto de los sobrevivientes de los fusilamientos, por otra parte.
Podríamos trazar un paralelo con la investigación de Osvaldo Bayer respecto de las matanzas de obreros en la Patagonia. Ésta también fue una proeza que pagó con la proscripción y el exilio. Afortunadamente, pudo contarla y saborear la victoria del regreso con gloria, del reconocimiento del pueblo patagónico y de las comunidades aborígenes de esa región.
Rodolfo Walsh no tuvo esta suerte.La pregunta sería:
¿qué nos pasa frente al otro, al distinto, al diferente que lo reducimos a la categoría de escollo y simplemente lo removemos?
¿qué nos pasa que nos convertimos en viles Caínes en cuanto nos vemos frente al otro?
Es como si sobre la tierra sólo hubiera lugar para los “unos” y no para los “otros”.
Algunas sociedades supuestamente civilizadas, avanzadas, desarrolladas, del “primer” mundo, funcionan democráticamente pero muestran siempre la hilacha. Hecha la ley, hecha la trampa. Con eufemismos logran soslayar los principios básicos de igualdad ante la ley, de equidad y de justicia para castigar siempre al “otro”. La opción pareciera ser: elegir ser “ cola de león” o “cabeza de ratón”.
Aquél que elige ser cola de león se traga sapos, pero sobrevive. El que opta por ser cabeza de ratón, pone en peligro su vida. El pez grande se come al chico. Toda esta sabiduría popular y estas verdades de Perogrullo patentizan esta matriz que moldea la conducta humana desde tiempos inmemoriales. ¿Y por qué Sudamérica iba a salvarse de estos patrones de conducta? Antes de la llegada de los conquistadores también había matanzas entre las distintas etnias aborígenes, pueblos que buscaban la supremacía sobre otros.
Es entonces el hombre el lobo del hombre, citando a Hobbes, porque no ha podido desarrollar sus funciones superiores: las espirituales. La carne y el intelecto por sí solos producen egoísmo y el ego expulsa al “alter”, al otro. Donde hay egoísmo, el altruismo no tiene espacio. A partir de este concepto miope se desbarranca todo lo demás. Hasta casi podríamos decir que la Operación Masacre la perpetra media Humanidad contra la otra y que las leyes, la civilización, los organismos nacionales e internacionales, los tres poderes democráticos logran apenas frenar la voracidad de los unos contra los otros.
Aquí el papel de los medios es insoslayable. Mientras se fusila a hombres inocentes en José León Suárez, la radio transmite música clásica y nadie dice nada. Había que sintonizar radio Colonia para enterarse de las movidas políticas en la Argentina.
Recordemos la cobertura recortada del atentado a las Torres Gemelas o los relatos unívocos de las guerras en Afganistán e Irak, la muerte de los periodistas independientes que tan sólo querían hacer su trabajo con honestidad profesional, objetivamente.
Todo aquel que osa levantar su voz contra el poder es eliminado y, en el caso que nos ocupa, la Operación Masacre de junio de 1956, el poder ni siquiera constata si esos hombres son enemigos. Ante la sospecha o la duda la respuesta es el asesinato.
Perón cometió el gravísimo pecado de darles entidad a los otros -a los pobres, los trabajadores- y los unos –los ricos, los desde siempre dueños del poder- hasta prohibieron que se pronunciara su nombre.
Ante la sospecha de una conspiración para lograr su vuelta en junio de 1956, había que aplastarlos, sin preguntar demasiado para no perder tiempo, por las dudas y R. Walsh tuvo la valentía, la osadía de levantar su voz y señalar la injusticia, el crimen. Los enrostró con su propia indignidad. Los monstruos no quieren verse sus rasgos en el espejo. Prefieren inventarse dioses, símbolos, estandartes, excusas y falsas utopías de orden, organización, respeto, jerarquías, banderas, medallas y jinetas para tapar sus únicos móviles: el poder y la riqueza malhabidos.
En esta estratificación “el otro” es apenas una cucaracha, asquea y hay que matarla. R. Walsh, aún sabiendo esto, no quiso ser cómplice y habló en defensa de la dignidad de los unos y de los otros. Esta actitud lo eleva por encima de la media humana.

Norma María Francomano

ACERCA DEL TRATADO QUE CONSENSUÓ EL GENERAL LUCIO V.

Mansilla parte con un propósito casi heroico, con visos de gesta patriótica. Desde un comienzo duda de la seriedad de su misión, no por sus intenciones sino a causa de las intenciones del poder que representa. Desecha esta idea que –de haber sido cierta- lo hubiera paralizado. Cree en el Presidente Domingo F. Sarmiento pero no en su entorno. El objetivo final es la liberación de un territorio. Hay que apaciguarlo, anexarlo, hacerlo producir, transitarlo libremente, tender el ferrocarril.
Los Ranqueles son el obstáculo para el logro de ese objetivo y Mansilla es el apaciguador, el mediador elegido para concretarlo, la punta de lanza del país en ciernes. ¿De qué país? ¿De qué habitantes?
El coronel viene precedido de buena fama. Por eso lo eligieron y por eso logra llegar al corazón del Cuero y volver indemne.
En su trayecto, su presencia parodia la entrada de los conquistadores en América. Es bien recibido. Lo agasajan. Regala y le regalan. Hay un intercambio de gentilezas.
Lo acompañan dos sacerdotes que permanecen en silencio. Su interés es más sutil: ganar almas que ya sienten respeto por Dios. Vislumbran su poder y lo asocian con esas presencias. Al mismo tiempo desconfían del blanco, presienten que hay una intención de despojo y están a la defensiva.
En los numerosos encuentros, los Ranqueles explicitan sus requerimientos y Mansilla accede porque tiene que pactar y volver vivo. Sin embargo, no sabe si sus superiores cumplirán lo prometido y aleja este pensamiento una y otra vez para poder concluir su misión.
Entretanto, dos cosmovisiones se enfrentan y Mansilla hace esfuerzos por mantenerse firme en sus convicciones. Hay aspectos en esas vidas, en esa organización social, en esa estratificación, que lo sorprenden, lo conmueven. Por momentos lo vemos casi titubeante frente a los Ranqueles, sin poder discernir si él es el representante de la civilización y ellos la barbarie o viceversa.
Cierta promiscuidad propia del paganismo y sus celebraciones orgiásticas lo sorprenden y lo asquean. En este punto se siente parte de una civilización superior, la que desciende de la tradición judeo-cristiana y sus prohibiciones, su idea del pecado incluidas las transgresiones, la culpa, el perdón y sus recurrencias.
A la vez, esa libertad y ferocidad de los Ranqueles lo encandilan. Hay un “otro”, “diferente”, que no es exactamente ni inferior ni manipulable sino distinto.
La convivencia en un pie de igualdad sería inadmisible para el poder central. Someterlos por la fuerza sería costoso cuando los criollos todavía están enfrentándose entre sí para darle forma de nación al territorio.
Es aquí donde, en una semiconsciencia, Mansilla, apenas inocente, pone el huevo de la serpiente en territorio Ranquel: el tratado con sus concesiones y promesas que será violado éste e incumplidas éstas, sentando otro precedente nefasto en la constitución de la Nación Argentina: la traición, con toda su progenie de desconfianza y desunión.
La palabra “tratado” nos muestra, curiosamente, una doble acepción. Por un lado alude al acuerdo que se quiere firmar con los Ranqueles y, por el otro, es el participio del verbo tratar y nos tienta a pensar que ese tratado es una muestra de cómo los aborígenes eran “tratados”. Luego, al ver el resultado de las “tratativas” y las consecuencias de su incumplimiento cabría anteponerle el adverbio “mal” y formaríamos otro verbo: maltratar. Por oposición podemos pensar en “bien tratar” pero, oh sorpresa, no constituye verbo, no se consolida con el adverbio. Tal vez esto suceda por la poca recurrencia que tiene esta acción en nuestro interactuar con el otro, con los otros…
En la página 268, Mansilla nos cuenta acerca de su encuentro con Baigorrita, el cacique ahijado de Manuel Baigorria, un gaucho puntano catalogado de mal indio y mal cristiano por haber traicionado a unos y otros. Baigorrita admite sus errores pero manifiesta el deseo de obtener un permiso para ir a verlo porque, mal o bien conceptuado, era su padrino. Mansilla le elogia su sentido de la lealtad. Un sentido que la “civilización” anulará para poder apropiarse de las tierras de la supuesta “barbarie”. Y más aún, hasta son tan respetuosos estos bárbaros que piden autorización para atravesar un territorio que poco tiempo antes les pertenecía.
Baigorrita le ofreció al coronel ser el padrino de su hijo. Otra muestra de los bárbaros hacia los civilizados. Seguramente, ningún civilizado le pediría a un Ranquel – o a cualquier otro aborigen- que sea el padrino de su hijo. Esta asimetría respecto de la consideración mutua pone al desnudo un desequilibrio que preanuncia la derrota de los Ranqueles y el fracaso del tratado.
Mansilla les pide que confíen, que cumplan con los compromisos para ser respetados. Baigorrita le dice que saben que los quieren correr hasta al sur del Río Negro y acabar con ellos. Mansilla sigue defendiendo su “gesta” con poca convicción interior.
Ya en la página 221, al final del capítulo 39 y en el capítulo 40, Mansilla piensa en esa gente (los paisanos, los cautivos, los aborígenes), en sus vidas, en las leyes e instituciones del mundo civilizado que no llegan a brindar o proteger aquello para lo cual fueron creadas: la justicia.
En la página 225, cuando Mansilla visita al cacique Mariano Rozas, tiene el desparpajo de decir que la tierra no es del que la habita sino del que la produce. Los Ranqueles ven con desconfianza todo este interés de los blancos por la posesión de la tierra. Mansilla les pregunta que para qué quieren tanta tierra si eso es lo que sobra.
Nuevamente, dos cosmovisiones chocan.
El indio no comprende el propósito del blanco porque esas ideas son ajenas a su mundo. La tierra para el aborigen es territorio a recorrer, a disfrutar; es libertad no producción. Pero sí comprende que lo están perjudicando aunque no reacciona con la energía necesaria en el primer momento de las propuestas y después, la historia nos mostrará que la reacción fue tardía. Favoreció el despojo y el aniquilamiento.
En la página 229, respecto de la profanación de tumbas que realizan los blancos, Mansilla se pregunta si será cierto que la civilización es corruptora y luego agrega: “Hablando seriamente, hay una verdad desconsoladora que consignar, que ciertos cristianos refugiados entre los indios son peores que ellos” y cuenta más adelante la inmolación que hizo el bandido cordobés Bargas de un cautivo de ocho años junto a su hijo muerto para que tuviese quien le sirviera de peón en su siguiente vida, ya que los aborígenes creen en la metempsicosis.
Bargas hace un sacrificio humano para sobresalir por su ferocidad en una comunidad que no hace sacrificios humanos.
En las páginas 254 y 255 Mansilla habla de la fidelidad conyugal y de los espías. La palabra traición impregna los dos pasajes.
El tratado, a medida que el relato avanza y la excursión va llegando a su fin, se va tornando en una propuesta que podemos ubicar a medio camino entre la utopía y la burla. Hay, en el fondo, algo fatal en esta incursión en ese mundo “otro”. La balanza se inclinará, inevitablemente, a favor del más fuerte, en tecnología, en armas letales, a favor del más avezado en el arte de mentir y embaucar: el hombre blanco. Con su fracaso, sucumben muchas cosas que hoy se han querido rescatar tardíamente, porque las masacres borran casi toda huella, en este caso, nada menos que una cultura: la historia de ese territorio anterior a la llegada del hombre blanco, el idioma araucano, la voz de los ranqueles, su legado cultural.
Este libro echa luz sobre ese período histórico y sobre esa zona de nuestro territorio. Mansilla logra un tratado precario que es rápidamente violado, traicionado, olvidado, pero nos deja este texto que nos permite espiar dentro de ese mundo fascinante y lamentar.

Norma María Francomano

TEXTO SOBRE: COLGADO DE LOS TOBILLOS DE O. VAN BREDAM

A partir del epígrafe podemos pensar que hay en el Martín Fierro una filiación de
Antonio Gil, una genealogía de gaucho renegado y perseguido. Es heredero del
gaucho Martín Fierro y de Cruz en este aspecto.
Antonio Gil continúa este linaje sumando a él la toma de conciencia arespecto de la
problemática social.
En esta toma de conciencia hay un punto de inflexión en la vida de Antonio Gil: la
opción por los otros, los demás, los prójimos, los humildes, los necesitados, los su-
frientes, los dolientes, las víctimas del poder.
En este punto, su opción lo coloca del lado de los otros. Ya no transa, ya no se corrom
pe, ya no se vende, ya no acompaña ni calla.
Esta opción es su sentencia de muerte y lo sabe. Sólo podrá retrasar el desenlace y, en
ese lapso de gracia que media entre su toma de conciencia y su condena final, hará
todo el bien que pueda a su gente y a los idiotas útiles del poder, también.
Desde su acotado poder individual hará que se multiplique exponencialmente la fe, la
esperanza, el amor, en aquellos que lo conocen hasta trascenderlos y constituirse en
mito sin proponérselo.
A medida que crece la leyenda y se expande el culto a su figura, en forma inversamen-
te proporcional, se va acortando su tiempo en La Tierra para entrar en otro ámbito,
fuera de las coordenadas témporo-espaciales.
Sus devotos plantan altares rojos en memoria de su sangre derramada. Esos altares son
recordatorios de la injusticia, de las injusticias.
Este texto, de impecable factura, nos acerca al hombre y al mito desde el respeto y la
verdad sobre un verosímil ficcional que no hace más que plasmar los hechos en una
propuesta de alto valor literario, ahondando en el corazón del pueblo.

Norma María Francomano

COMENTARIO SOBRE “LA PASAJERA”, DE PERLA SUEZ

Esta “nouvelle” presenta varios mensajes en código a desentrañar. El primero está en la
contradicción entre la propuesta de escritura y el marco de la misma. Es una novela en
actos y cuadros. ¿Qué nos quiere decir la escritora con este planteo? Tal vez sea un guiño
para decirnos que va a hablar de “actos” de ciertos personajes que son uno y son muchos.
Los pintará en pocas líneas, dialogadas en su mayoría, como si fuesen cuadros y escenas.
Otro aspecto del texto que creo pertinente destacar, son las relaciones humanas que la au-
tora describecomo relaciones por jerarquía, por escalafón:
1º el almirante
2º la señora, esposa del almirante
3º Tránsito, la sirvienta
4º Lucía, la cocinera
5º Ortiz, el chofer
Cuando el almirante habla, decreta. Su esposa siempre está en un segundo plano, en un
ámbito acotado de queja, cuidados y silencio. Tránsito “transita” de arriba abajo sin poder
encontrar “su” lugar. Lucía intenta borrar el pasado, acepta la cocina como “su” lugar, sin
cuestionamientos; no entiende los vaivenes de Tránsito. Ortiz se acomoda para pasarla lo
mejor posible en donde le toque estar.
El nombre de Tránsito, que es la hija de una pasajera que la abandona en el baño de la es-
tación de tren del pueblo, es la protagonista y pasajera en la historia. No tiene raíces y no
encuentra su identidad porque se la ocultaron y porque no desea conocerla. Se identifica
con la señora, la imita, la envidia, la ama y la odia. Busca un padre y una madre, desea ser
la preferida, la primogénita. Esta pantanosa plataforma de despegue la hace ir a la deriva
hasta buscar finalmente el agua que la lleve a su origen. Esta clave está en el epígrafe de
Juan L. Ortiz -a quien la autora recuerda en el apellido del chofer que es quien “ con-
duce”.
La marcada ausencia de amor en todo el texto nos habla de un territorio yermo en el que
lo único que puede crecer es la muerte, como sucede en el proyecto de Lucía y Ortiz. No
piensan en casarse y hacer una vida juntos sino en morir allí, no en las islas. Por eso se
compraron nichos antes que el ajuar.
La estratificación social, dada en el color blanco de la señora y en el color negro de su
criada, nos habla de un pueblo discriminador, en el que el ascenso social, la movilidad
social es trabajosa y lenta.
El trasfondo político de los años setenta está apenas aludido en los “falcon”, “el Beagle”,
y en que hay que limpiar a los de “adentro” y a los de “afuera”.
La inexistencia de una comunidad con un proyecto de Nación, hace que el texto tenga la
Desolación de un espacio que recuerda el ambiente que se respiraba en Europa en los
Últimos tiempos del fascismo, con el agravante de la estratificación social propia de latino
América, que se hace más patente en un territorio del interior.
La escritora logra transmitir todo lo que pasa y lo que estaba pasando con una economía
de palabras. Su recurso más notable es el despojo y la austeridad de la prosa. Logra in-
teresar el vacío de ese período como una puñalada que muestra la purulencia de nuestra
Historia, nunca cabalmente pensada para evitar que se repita.

Norma María Francomano

ACERCA DE LA NOVELA “SANPAKU” DE WALTER IANNELLI

Al abordar este texto con la ingeniudad del lector virgen una siente que la desarticulada personalidad de Mario, el protagonista, resulta, en cierto punto, graciosa, simpática. Nos encontramos con un hombre-niño que integra un grupo de hombres- niños que deambulan por el mundo sin objetivo ni destino. Confluyen en el bar del gallego –Bartolomeo o Tolomeo- que nunca pudo sobreponerse del exilio en Sudamérica a raíz de la guerra civil española y el franquismo. Javier, fotógrafo, dealer y adicto; Ernesto pintor y alcohólico; Roberto, bisexual, travesti; Héctor Paz –especie de alter ego de Mario- escritor de novelas policiales; Ricardo, ladero de Héctor y bebedor pertinaz. Éstos son los amigos de Mario. Todos, como un rejunte de desahuciados, se juntan porque entre sí, pueden mostrar su fracaso sin vergüenza. El grupo es una galería de esperpentos, personajes inmaduros, incapaces de asumir una responsabilidad que van de mal en peor por su actitud hacia la vida. Nada los satisface, nada los atrae y no pueden ver lo bueno que tienen, ya sea el talento, la creatividad, el trabajo, la familia, el amor.
Mario Candia acude al médico a causa de su insoportable dolor en la columna y el Dr Solá –con quien Mario rivaliza porque ve en él el hombre, padre y marido que Laura y su familia quisieran que él fuera- le diagnostica una hernia de disco lumbar que debe operarse lo antes posible. Mario, temeroso de la operación, recurre a un acupunturista –mitad chino y mitad italiano- el Dr Falzone. Éste murmura la palabra “sanpaku” al mirarle los ojos. Mario le pide que le explique qué significa ese término. El Dr Falzone le explica que son varias almas que anidan en un solo cuerpo generando una energía negativa, que antagoniza con el dueño del cuerpo hasta llevarlo a su propia destrucción.
Mario, que no está cómodo consigo mismo, comienza a investigar acerca del tema tratando de descubrir en su conducta, los impulsos y efectos de esta desgracia. Le viene como anillo al dedo para justificar su sensación de fracaso.
Su esposa, Laura, su madre, y sus suegros, son figuras que le resultan amenazantes.
Las rechaza. Íntimamente las desprecia los considera “binarios” y prefiere reunirse con el grupo de desahuciados porque, entre ellos, se siente el más cuerdo. Estando con ellos, el que exige y espera algo de los otros es él.
Este dejarse llevar por actitudes adolescentes, como por ejemplo el confuso episodio con Carla, termina en la tragedia de una muerte anunciada y deseada. Mario se culpabiliza por ambos hechos, la supuesta traición al amigo y el asesinato que atribuye a su condición de “sanpaku”. La muerte de Tolomeo es el umbral que les señala la peligrosidad del camino que están transitando. Es un punto y aparte.
Al regresar a casa, después de una noche de oscuridad total, Mario encuentra a su esposa Laura y a su hija preparando todo para acompañarlo hasta el sanatorio. Es el día de la operación. Mario las sigue como un autómata y lo operan. Todo sale bien aunque
Mario cree que ha quedado paralítico. Recibe muchas visitas. Se alegra con la visita de su madre y, al ver a sus amigos seguir con sus vidas con naturalidad y considerable optimismo, se tranquiliza. Ya no lo necesitan para que ponga la nota de sensatez y cordura en sus vidas. Ahora está solo consigo mismo, con su secreto de saberse un “sanpaku”. Deberá convivir con él y seguir viviendo. Ya nadie depende de él, sólo él depende de sí mismo. Mario se siente aliviado y asume la ardua tarea que le espera.
Podemos decir que esta es la radiografía de un perdedor por elección que logra ver un destello al final del túnel. Es una novela iniciática cuyo periplo exterior es mínimo y cuyo protagonista apenas cruza el umbral del periplo interior que, inexorablemente, deberá recorrer sometiendo a la “kundalini” de Falzone, la serpenteante energía que abraza la columna vertebral y que alimenta a las almas hospedadas en ese cuerpo de “sanpaku” que nuestro antihéroe cree tener.
Coincido con el comentario de contratapa de Juan Martini respecto de la perdurabilidad de este texto en la memoria del lector porque nos empuja a hacer nuestro propio viaje interior para domesticar esa jauría que es la condición de “sanpaku” que tenemos todos los seres humanos, queramos asumirlo o no. Hay en este texto de Walter Iannelli una interesante imbricación de mundos ya reales, ya fantaseados, ficcionales, exteriores, interiores, que le dan una textura rica y espesa que gana en profundidad.

Norma María Francomano

ACERCA DE RESPIRACIÓN ARTIFICIAL DE RICARDO PIGLIA: UNA NACIÓN EN TERAPIA INTENSIVA

Ricardo Piglia nos zambulle en la Historia Nacional desde su novela, de la mano de su “alter ego” Emilio Renzi. Pasamos de una generación a otra a través de distintos personajes, de sus historias, de sus vidas privadas y urgamos en sus secretos que no sólo nunca se develan sino que adivinamos que esas historias son siempre parecidas y sostienen desde atrás la mentirosa o intencionalmente incompleta Historia Nacional.
¿Y qué hay en estas pequeñas ficciones ubicadas detrás de esa urdimbre llamada Historia Nacional? Una cadena de atropellos, traiciones, mentiras, secretos, conspiraciones, crímenes.
Arocena es el “gran hermano” que controla y censura, que arma la verdad escondida para desarticularla y así impedir que se tuerza el camino de la Historia Nacional. Es el ojo que todo lo escruta y el obstaculizador de cualquier camino que no sea aquél que traza el poder desde las sombras.
La mujer, ubicada en las esferas de la clase dominante, resulta descartable, absolutamente irrelevante, da pena y vergüenza ajena. La Coca pertenece a las clases bajas. Ella sí es una mujer vital, una verdadera hembra, igual que la negra Lissette Gazel o Ángela, la discípula de Marcelo. Las tres desempeñan roles activos, cada una en lo suyo. Ninguna es una aristócrata como Esperancita.
Piglia no escribe una historia lineal sino que urde ex profeso una trama, una maraña de datos que confunden y complican la comprensión del texto. Su novela está hecha de una no-historia, sus personajes no saben qué buscan. Su narración no conduce a nada aparentemente. Por esta vía negativa nos indica que tenemos que barajar y dar de nuevo. Nos dice que por ahí no es. Que lo hecho sirve de poco. Que está todo por deshacerse y volver a empezar.
La Nación es un enigma que agoniza, que vive artificialmente. Tendrá que morir en su diseño tradicional para ser redireccionada, reprogramada. Es un rompecabezas cuyas piezas no encajan. No nació de un sueño, de una utopía sino de un robo mayúsculo, de un genocidio. Hay en su génesis una ilegalidad que no nos sirve como punto de partida. La sustenta una básica confusión entre el bien y el mal.
El Senador espera su muerte, “la debe”, según sus propias palabras, para cortar esa cadena de “riqueza y muerte”, para llegar a la “ousía”, el ser. ¿De quién? Consciente de su futilidad, de su inutilidad, sólo “será” después de muerto, él y su descendencia y, por extensión, la Nación.
El Senador no puede dormir, está en deuda. Su herencia es futuro, lengua muerta y lenguas vivas que perdurarán en un círculo de herencia y muerte. No hay nada entre el origen y el fin, tan sólo planicie, tierra, pampa. Esa herencia comienza con Enrique Ossorio –héroe según el senador- cuando trae el oro de California en el año 1849. Recuerda el héroe que, justamente allí, le cortaron las manos a uno por avaricia.
Otra tierra explotada produce el oro para comprar esta tierra y permanecer dando a luz una progenie parásita e inconmovible hasta el presente. Mientras, la Nación crece en las banquinas pidiéndoles permiso.
Se conduele ahora el senador con don Juan Cruz Baigorria (pág. 63), se solidariza y le envía ayuda monetaria a través de su mayordomo, Juan Nepomuceno Quiroga. Le pide que resista, que sabe lo que sufren los paisanos de esta tierra. Más adelante afirma (pág.65) :”Jamás he de perder la esperanza de poder pensar más allá de mí mismo y de mi origen”.
En la parte III, Enrique Ossorio ve el futuro y sabe que la historia volverá a repetirse. Le escribe a Juan Bautista Alberdi y le anticipa que lo hace porque es un hombre de principios, que no transige y, a esa clase de hombres, les esperan dos caminos: el exilio o la muerte.
Esto, visto en perspectiva, es un acierto porque sólo sobreviven los traidores y los indiferentes.
Marcelo Maggi no quiere que los documentos y capítulos redactados se pierdan porque considera que allí está la clave de lo que nos sucede como pueblo, sociedad, Nación y de lo que nos sucederá como República. Quiere ponerlos a resguardo y asegurarse de que alguien reciba ese legado y lo salve. Investiga esta historia que empalma con la Historia Nacional. Espera una revelación.
En este punto los lectores sentimos que toda esta urdimbre es un guiño y una invitación de R. Piglia. Aquí hay cosas turbias, secretos, marañas de acontecimientos acallados por desentrañar, pareciera decirnos. Es necesario poner a resguardo todo eso para que la erosión del tiempo y la de los barredores de datos (y plantadores de huellas falsas) como Arocena, no sigan borrando e inventando nuestra Historia. Nos invita a descubrir la verdadera historia cuyo curso fue desviado por particulares, para su beneficio y hoy, desorientados, en terapia intensiva, como pueblo, somos conminados desde la literatura, desde la ficción, a desandar un camino inconducente.
Necesitamos el oxígeno de la verdad para normalizar nuestra respiración y autodeterminarnos. Este es tal vez ese secreto que Piglia nos invita a develar.

Norma María Francomano

Comentario acerca de ´"Más liviano que el aire" de F. Jeanmaire

ACERCA DE "MÁS LIVIANO QUE EL AIRE" DE FEDERICO JEANMAIRE

Este sorprendente texto de Federico Jeanmaire es, sin duda, una rareza literaria. El relato nos conmina a meternos n nuestra propia soledad mientras nos zambullimos en la asfixiante atmósfera que teje Rafaela, Lita, en esa vuelta de tuerca que le da a su propio destino. Lita, con la astucia que le han dado los noventa y trés años vividos, casi al margen del mundo y de la vida, burla al ladronzuelo principian- te, lo encierra en el baño y se apropia de su vida. So pretexto de castigar un delito, comete un delito peor, lo priva de su libertad, no avisa a la policía, no pide ayuda, simplemente lo secuestra con la excusa de reeducarlo. "Por su bien" se adueña de su vida, lo ofende, lo humilla, lo denigra, siempre desde la buena intención "cristiana" de salvarlo del mal, de sí mismo, de sus tendencias naturales por los "genes" y por el "nefasto" entorno familiar y social. Nunca escuchamos las palabras del joven de catorce años que fue a robar y termina siendo despojado de su propia vida, de su historia. Lita, con su inventado relato acerca de la muerte de su madre compone su propia identidad, uniendo datos dispersos que obtiene "de oídas". Pretende armar su propia historia con esos cabos sueltos. Necesita un interlocutor, que nunca tuvo. Ahora el destino y su "treta" se lo ofrecen servido en la bandeja del encierro sin escapatoria. El indefenso y anonadado Santi deberá escucharla y soportar todos sus caprichos y desvaríos estoicamente. Las fotos que Lita le muestra de sus padres y que le desliza por debajo de la puerta son el único arma que puede esgrimir Santi para exigir comida y negociar. Esta situación verosímil recuerda los filmes de terror de Hitchcock por la mixtura de convencionalismos, locura y factibilidad y por la falta de oxígeno que va cercando a los dos personajes y al lector que tampoco puede huir del relato de Lita. Varios discursos se disputan la hegemonía del relato. El discurso invisibilizado de Santi que deducimos a partir de las respuestas y comentarios de Lita y el armado discurso de Lita con todas sus verdades de perogrullo, sus ideas heredadas, sus conceptos no revisados acerca de todo lo que la rodea. Esta visión tan pedestre de esta anciana maestra normal nacional de la existencia, se contrapone con la realidad descar nada de Santi. Este contrapunto obliga al lector a oscilar entre un discurso y otro hasta que, en este pendular de la conciencia, avizore el destello de una verdad que los trasciende, convirtiéndolos en metáfora de la realidad social de nuestro país, anquilosada y esquivada. Es el inquietante espejo en el que no nos queremos ver. La perturbadora soledad sin derrotero y la orfandad de la pobreza y el desamparo confluyen en este patético relato de relatos que se sofocan y se superponen sin un diálogo posible hasta ahogarse, sin aire, en una muerte en paralelo, equidistante e inútil. En el medio del relato de Lita, como errada y recurrente noción está el discurso sobre el gaucho, el mate. La suprema ignorancia de ambos acerca de la identidad,"nuestra identidad" que sigue allí, esperando que de una vez y para siempre asumamos quiénes somos para poder saber hacia dónde vamos. De lo contrario, no hay salida posible y seremos una sociedad suicida. Federico Jeanmaire apuesta fuerte y logra sacudirnos para que espantemos nuestra petulancia, nuestra vacuidad "más liviana que el aire". Todo un desafío.

Norma María Francomano